Friday, November 03, 2006

Entre dos mundos
Octubre/2006

EN LA FRONTERA TIJUANA / SAN YSIDRO.— Las filas de automóviles y sus luces rojas que esta tarde de domingo están varados en espera de cruzar "al otro lado", como en Tijuana le llaman a Estados Unidos, parecen ser parte de ese sistema sanguíneo en el que las venas aún están abiertas en esta esquina de Latinoamérica.
Es esta frontera, en la que ahora mismo hago fila para regresar a Los Ángeles, la más transitada del mundo. A diario, me confirmará más tarde el agente de inmigración, cruzan alrededor de 45 mil vehículos. Por lo pronto, frente a mí hay 320 autos, según el reporte de garitas en la radio.
La tensión de la espera parece convertir a los fronterizos en aguerridos soldados a la defensiva. Nadie quiere ceder el más mínimo espacio en ese campo de batalla entre auto y auto para evitar que se le "cuelen".
Malhumorados, sin voltear a ver a su vecino de carril para evitar que le pidan el favor de meterse a la otra línea porque la de ellos no avanza, y sin el más mínimo grado de cortesía, así se comportan la mayoría de los automovilistas.
Freno-acelerador-freno, es el ejercicio durante esta larga espera. Unas dos horas, se calcula.
El paisaje urbano de la línea divisoria por la garita de San Ysidro está nutrido de ruidos y personajes involuntariamente graciosos, como el vendedor de pupitres infantiles que insiste en la calidad de su producto y que a pesar del regateo del cliente logra salir con una sonrisa y con veinte dólares en el bolsillo. Se persigna. Ya se hizo la cruz. Es la primera venta de la tarde.
Por la ventanilla del auto se asoma el vendedor de churros, los de comer, no los de marihuana. "A 15 pesos jefe", ofrece la bolsa con esas sabrosas formas cilíndricas espolvoreadas de azúcar.
El limpiador de autos también se acerca y promete dejar el carro limpiecito con su franela ennegrecida de tanto uso. Junto a él pasa el vendedor de camisetas de los equipos del fútbol mexicano. Las de Chivas y América, entre las más cotizadas. Y también la verde de la Selección Nacional.
De la camioneta de al lado sale una ruidosa música norteña que hace alusión a traficantes de drogas. Los famosos "narcocorridos". Por fortuna pasa otro vendedor, quien disminuye el sonido del autoestéreo al extender una cobija con la imagen del guerrero azteca.
La desesperación en los rostros de los automovilistas es notoria, y a muchos no les queda más que ponerse a comer, hablar por teléfono, maquillarse o simplemente sacarse los mocos.
El olor que se aproxima es agradable, es el olor de elote cocido que se vende en vasos con chile, limón y sal, y también con queso y crema.
Es difícil decidir entre "elotitos", "bolis", "tostilocos" o "diablito", éste último antojo es nieve de limón bañada con "chamoy", una especie de salsa agridulce.
A pasos lentos camina una mujer de rostro indígena que carga en su rebozo a un chamaco de 2 ó 3 años de edad. Pide unas monedas. Es difícil resistirse a la cara de angustia.
Un policía hace su rondín con cierto enfado, prefiere quedarse bajo un puente en espera de acción, porque aquí son frecuentes las broncas entre los automovilistas, quienes en ocasiones llegan a los golpes porque se les metieron a la brava.
"¡Aguas! ¡Sodas!", grita un joven sentado en una hielera. A su lado pasa un vendedor de guitarras en miniatura y acordeones de juguete, y más adelante está otro comerciante que ofrece alcancías elaboradas de yeso en forma de Piolín y Bart Simpson.
También abundan los jorogos, zarapes o ponchos, que con estampados de Dodgers o Raiders son muy solicitados. Máscaras de luchadores mexicanos, hamacas, artesanías de yeso, piñatas, etc. Esta frontera es un tianguis donde se consigue el último souvenir de la visita: un calendario azteca.
De repente tremendo claxon acompañado del grito de rigor: "Avánzale cab...". Un leve caos de tráfico ha sido provocado porque varios vehículos se han atravesado aprovechando la descompostura de un viejo pick up, pero a los pocos minutos las filas toman de nuevo forma.
Ya se alcanzan a ver las puertas de ingreso a Estados Unidos o de salida de México, como se quiera ver. Ahora es un tipo vestido completamente de blanco el que pide monedas a nombre del Ejército de Salvación (Salvation Army).
"Mexico/USA", se lee en las boyas que marcan la frontera física. Antes de cruzarlas un hombre en silla de ruedas vende mazapanes y chicles para sobrevivir.
Van a cumplirse ya dos horas y el semáforo para pasar a revisión de documentos se pone en verde.
"¿Qué trae de México?", pregunta el agente de inmigración.
No sé cual sería la respuesta correcta. Después de haber repasado, durante la espera de esos 320 autos, gran parte de la cultura popular mexicana, podría decir que de México traigo todo.