Los olvidados de la sierra guatemalteca, niños
Noviembre/2005
Secos como los maizales a su alrededor. Así tiene los pies Ruendi, el niño de 6 años que juega con lodo, de pantalones rotos, que anda descalzo y no deja de sonreír.
Freddy también tiene 6 años, es el de zapatos enlodados y suéter negro descosido, el que dice buenos días y ofrece la mano para saludar, el que no conoce la leche y desayunó una taza de atol con incaparina *.
"Ellos están parvulitos, no saben leer", dice Benigno, quien ya cumplió los 9 y asegura que él sí sabe. "Paa-saa-pooor-te", dice cuando se le muestra un documento para demostrar su aprendizaje en la escuela mixta rural de San Antonio Las Barrancas, una aldea de la sierra guatemalteca a la que sólo se puede llegar a pie, pues los caminos para vehículos están destrozados.
A Elfidio le encanta jugar a la pelota, tiene 8 años y el sueño de ser futbolista profesional cuando sea grande, como Martín Machón, su ídolo, el ex seleccionado nacional y ex jugador del Galaxy de Los Ángeles y del Santos Laguna de México. Por eso lleva bien atados sus zapatos tenis, desgastados, pero con los que aún mete goles, presume el chiquillo.
El que se acerca medio desconfiado es Joaquín. "Yo también sé leer y también juego a la pelota", dice con el ceño fruncido este chavo de 11 años, quien tiene la misma ilusión que la mayoría de los chamacos que aquí viven: jugar al fútbol cuando sean grandes.
La que se tira plácidamente sobre un colchón de hojas de maíz es Susely, de 7 años, le da pena que la vean y por ello se cubre el rostro jalándose el huipil, la blusa que suelen vestir las mujeres indígenas de esta región maya.
Aquí el otoño es muy frío, pero el cielo de esta mañana media nublada estrena los primeros rayos del sol, mientras Glendi ya está ayudando a su mamá a deshojar las mazorcas que alcanzaron a cosechar, ya que casi toda la milpa se echó a perder con la tormenta Stan que azotó a principios de octubre. La niña tiene 11 años y es bien hábil para levantar la cosecha, pero lo que ella quiere ser de grande es maestra de escuela.
Su hermana, tres años mayor, se llama Costelinda, es la que sabe distinguir muy bien qué maíz sirve y cuál ya se echó a perder por la humedad, la que quiere ser enfermera porque le gusta ayudar a los demás.
José no se quiere quedar atrás y dice que él va a ser doctor, aunque apenas es un chamaquillo de 11 años que está aprendiendo a leer y escribir, y que por lo pronto ayuda a sus vecinos a cortar las mazorcas para conseguir algo de comer.
La niña que va cargando un pesado costal es Briseida, tiene 3 años y unos ojos bellos y enormes. Adentro lleva un chilacayote, una especie de calabaza que al cocerla sirve para preparar una agua dulce muy buena para reponerse de la resaca, según dicen los lugareños. Así de pequeña, Briseida ya ayuda a los quehaceres de la casa, esta vez le tocó ir al mandado.
El flaquito, el que tiene manchas de desnutrición en la cara, al que se le salen los mocos cuando brinca por las piedras del río, es Humberto, tiene 6 años y no quiere hablar más, está como asustado, se queda tieso y pela los ojos. Y así se queda, como hipnotizado.
En lo alto de la montaña, desde donde se alcanza a ver como mayor plenitud la silueta del perezoso volcán Tacaná, el punto de referencia de la frontera con Chiapas, México, está la casa donde vive Soyla, la niña de 7 años que es muy platicadora y que cuando sea grande quiere ser cocinera.
El que la acompaña, el que trae un gorro como el que usaba "El Chavo del Ocho" y se limpia la derecha con su pantalón para saludar, es el hermano mayor de Soyla, se llama Lino, tiene 9 años, todavía no decide qué será de grande, pero por lo pronto ya se aprendió las vocales y lo demuestra señalando cada una en el estampado de su suéter, donde se lee: "California Race Club".
Ruendi, Freddy, Benigno, Elfidio, Joaquín, Susely, Glendi, Costelinda, José, Briseida, Humberto, Soyla y Lino, son sólo trece de los miles de niños que en esta región sufren la pobreza extrema, son sólo trece de los miles que padecen de desnutrición, son sólo trece de los miles de marginados, vulnerables a sufrir la hambruna que a esta zona está amenazando, son sólo trece de los miles de olvidados de la sierra guatemalteca.
* Incaparina es un suplemento proteico y vitamínico a base de maíz y soya.
Monday, November 21, 2005
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